Órbita
El país que habito y resumo entre las manos,
nocturno, siempre nuevo
como un vestido de novia, transparente,
siempre vivo con serpientes y con ríos;
siempre siempre siempre corrompido,
tan espeso y a la vez tan entrañable.
Enredado entre callejas y vapores,
con fritangas, ambulantes y sospechas,
no permite las palabras cortas
ni los ciegos homenajes.
Sangra y grita, se deforma, no se calla,
se rompen sus heridas circulares.
Se desborda de automóviles humeantes
y necios conductores que rebasan cualquier taxonomía.
Mi país, mi centro, mi pálpito, mi estrella,
manantial de tintas y vestigios celestes,
no tiene un solo nombre.
No es único el sabor de sus fronteras.
Bravo territorio repleto de baúles y candiles,
con todas las velitas prendidas en la mesa,
esta casa, pan abierto, esperando la boca,
siempre cambia. Y conserva
a la vez su cuerpo de perfume,
su horizonte inmenso, los cantos
y las dichas anteriores. Su raíz profunda
clava a diario los dientes en la tierra
sin temor a vivir la paradoja permanente
de la inmovilidad y el movimiento.
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De: "La Espiral del Caracol"
Copyright © María Caracol 2005
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