Entonces llegó la libertad.
Aleteando.
Con las alas llenas de brisa y horizonte.
La miramos despacio, casi desnudos,
con la boca brillante por los besos.
Las rémoras huyeron cubriéndose la cara,
porque el amanecer inmenso las mordía.
Principesca y extremada,
en su poema,
desabrochó su fecunda cabellera.
Y nos vistió con la lengua,
nutritiva y blanda,
de cápsulas y esferas luminosas.
En medio de la selva, en medio de las llamas,
se desprendieron cáscaras e hilos.
Las punzadas y las consternaciones cayeron al agua,
estrepitosas,
igual que los deshielos.
En la primera noche
se pactaron
el júbilo y la soberanía.