martes, septiembre 20, 2005

El color de la madera

Tengo los ojos tristes.

No quiero ser más que madera que grita su olor oscuro y penetrante,
su potencia de materia que se talla y se transforma.
No es lo mismo la diversidad y la diferencia
cuando faltan las metáforas vecinas
y el aire está cerrándose en los hormigueros.
Me faltan en la calle las visiones de la tierra,
las ventanas desnudas y repletas de árboles verdes,
el aire que dibuja los calores del sol abanicado.
Hace tiempo que no veo haces de luz atravesando las olas.
Hace tiempo que no hay peces en la orilla del cielo.

Mi cuerpo está triste.

La soledad es más feroz en las ciudades sombrías.
El celo de las bestias me tiene crispada.
No sé lo que quiero. Necesitar me devasta.
Nadie apaga mis incendios y el perfume
de madera quemada se levanta de noche.
Demando un beso de la vida que no tenga sabor a sangre
y no puedo parar de matar a mordiscos los relojes.
Llueve la melancolía sobre mis ojos tristes.

Triste corazón.

Ya no creo. No creo en nada.
No creo en nada que se geste en la cabeza.
No creo en el amor ni en el infierno.
Nada puede existir tan absoluto.
Tan funesto y redentor como la tinta.
Sólo dejo que las manos se comprendan,
pero sin causas, ya no sé que es lo que vale la pena recordar.
Ya no quiero cobijar a los conejos.
La prepotencia me ha dejado desarmada. ¿Dónde
está la estrella para sembrar el mar?

Estoy tan triste.

Sólo me quedan mis cantos de madera,
mis redondas palabras que no alegran a nadie,
como la cara de ombligo de un pez enamorado.
Llueve el jugo de tu pelo en mi memoria
y por más que juegue al mediodía,
a provocar en el sol la inflorescencia,
es verdad que mis ojos ya son tristes..

Si tan sólo pudiera arreglarle las barbas al planeta
y contarle algún cuento adolescente,
al que no le importe las entrañas sin frutos
y las vetas que no encuentran la huerta.
Si tan sólo sembrarse no fuera obligatorio
en el corazón y la sangre,
esta madera que se niega a secarse
decidiría correr hasta el incendio.

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De: "La Espiral del Caracol"
Copyright © María Caracol 2005
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jueves, septiembre 15, 2005

Las hilachas

A veces no entiendo por qué
escribo y tejo hilachas de letras. No lo sé.
No es que no quiera ser leída – eso sería casi
como no querer ser amada-
sino que suena absurda la canción en las noches,
cuando he llegado por fin a desvestirme del mundo
y me miro desnuda en mi reino de espejos.

Yo me sigo cantando las primaveras verdes,
los colores del invierno en las playas de Chile,
la madera y los árboles antiguos que me tragué sin agua,
con los ojos cerrados de tanto miedo al frío.

Tengo bolsas y cajas llenas de fragmentos, acumuladas,
meciéndose en el polvo; ramas y flores de otras plantas ajenas,
que debí dejar crecer en islas que hoy tienen candados en las puertas.
¿Hacia dónde? ¿Sabes tú? ¿A dónde iremos?

Los aviones coquetos sacuden la cola cuando paso y no faltan los guiños,
las miradas de fuego de los mapas.
Hay cuatro maletas que guardo en el desván que por más que se peinan
no llegan a las fiestas.
Sigo aquí, petrificada. Dejando caer el sol por la ventana y bautizando
la garra de león como un helecho.

En mi casa no hay ni un olor permanente, ni una lámpara
fija y colocada para ocupar un sitio con el tiempo. El exilio de los libros
ha comenzado: que no quede nada que se extrañe, nada que duela,
para fugarse sin mácula. Entre tanto

la palabra es una flor que decidió desarrollarse,
que parió pétalos blancos, relucientes y me hizo delicada la corteza:
veré como sus hojas se derraman, hasta que nada yerga afirmaciones
ni enarbole causas para tener raíces en la tierra.

martes, septiembre 06, 2005

El camino es nuestro

Nació hermoso nuestro cuerpo
planetario, poderoso corazón
de lo terrestre.

Su carne jubilosa iba creciendo
bordada por los sueños
y los rayos.

Se instalaron sobre el agua
territorios y en la dermis
germinó la geografía.

Emergieron los calores,
las manzanas
y los árboles izaron su bandera.

Pero entonces las fronteras
dibujaron
y la carne de la tierra fue rasgada.

Nadie sabe ya cuál era su pedazo
con tantas y violentas
migraciones.

Y vamos devorando el epicarpio
que envuelve nuestra esfera
generosa.

Se acabarán el agua y los abrazos
con todos los venenos
que vertimos.

Qué espanto imaginar
que los desiertos
serán las heredades de los niños.

Ya no hay germinación,
ya no se arropa
el dulce corazón de nuestra casa.

Está herido por la muerte,
perforado,
reclamo de las aves de rapiña.

Es nuestra
vocación
el exterminio,

dejar sin
escaleras
los abismos.

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De: "La Espiral del Caracol"
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lunes, septiembre 05, 2005

...

La superficie no me interesa.
El oceáno emociona.

Cartas

Para Javier Bello y Luz A. Martínez

Supe de inmediato que Luz no estaba cerca
porque el día entero fue una sola nube de cielo,
tan oscuro el asombro y tan cerca del verano
que hasta temblaron los vidrios de las casas de una planta.

Hoy sin Luz, pero con nubes,
estoy más abierta que un pozo:
él tira de los hilos invisibles que nos unen
y me desgaja, a mi,
que no soy tan alta,
que no tengo más que una forma singular de ver el mundo
(siempre de lado)
y a pedacitos
me sorbe el seso como si bebiese flores.
Presagio madurez de corazones en el viento sembrados.

Presiento que, como yo,
él es más blando de lo que aparenta
y más dulce de lo que puede soportar
(a pesar de sus constantes evocaciones a la orina).
Y me estrujo para no declarar mi amor al territorio
porque perder el miedo al frío es una cosa
y desnudarse con luna llena más bien suena a carne vulnerada.


Respiro y me vuelvo a la ventana.
Tengo cada palabra suya atesorada y la trepo en la cola larga
de un cometa destinado a deshacerse en el océano.
Ahora sé que sí me has visto,
que me hiciste dormir entre tus alas
y que escribiste en mi espalda
una profética sentencia en un lunar:
yo vendré, mañana siempre, como amanecer de un ojo claro,
como desayuno reparador y calentito,
como caracol errante de su casa.

Vendré
a recoger el néctar derramado,
la palpable humanidad que logra atravesar estos hilos conductores sin doblarse,
a buscar, por primera vez, el significado
milagroso de la palabra
correspondencia.

viernes, septiembre 02, 2005

Órbita

El país que habito y resumo entre las manos,
nocturno, siempre nuevo
como un vestido de novia, transparente,
siempre vivo con serpientes y con ríos;
siempre siempre siempre corrompido,
tan espeso y a la vez tan entrañable.
Enredado entre callejas y vapores,
con fritangas, ambulantes y sospechas,
no permite las palabras cortas
ni los ciegos homenajes.

Sangra y grita, se deforma, no se calla,
se rompen sus heridas circulares.
Se desborda de automóviles humeantes
y necios conductores que rebasan cualquier taxonomía.

Mi país, mi centro, mi pálpito, mi estrella,
manantial de tintas y vestigios celestes,
no tiene un solo nombre.

No es único el sabor de sus fronteras.

Bravo territorio repleto de baúles y candiles,
con todas las velitas prendidas en la mesa,
esta casa, pan abierto, esperando la boca,
siempre cambia. Y conserva
a la vez su cuerpo de perfume,
su horizonte inmenso, los cantos
y las dichas anteriores. Su raíz profunda
clava a diario los dientes en la tierra
sin temor a vivir la paradoja permanente
de la inmovilidad y el movimiento.

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De: "La Espiral del Caracol"
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